El ARN, una molécula antiquísima que data de unos 3.8 mil millones de años atrás, ha sido objeto de estudio desde la década de 1940. A través de un arsenal de técnicas moleculares avanzadas, incluyendo la transcripción tanto dentro como fuera de la célula, secuenciación detallada, y análisis por cristalografía, se ha desentrañado que el ARN es una compleja cadena polinucleotídica. Esta cadena, que se extiende de un extremo 5' a un extremo 3', está compuesta por unidades de bases nucleotídicas – adenina, citosina, guanina y uracilo – unidas a una estructura de azúcar ribosa.

En el vasto universo del ARN, se destacan principalmente tres tipos: el ARN mensajero (mRNA), que constituye entre el 3% y 5% del total de ARN celular; el ARN de transferencia (tRNA), que abarca un 5% a 7% del total; y el ARN ribosomal (rRNA), el gigante entre ellos, ocupando un impresionante 85% a 90% del ARN celular. Además, existe un universo microscópico de ARN menores, que apenas si alcanzan el 1% del total celular, localizándose en el núcleo (snRNA), el nucleolo (snoRNA) y el citoplasma (scRNA).

La génesis de estas moléculas de ARN se da a través de un proceso de transcripción a partir del ADN genómico, que actúa como plantilla. En el mundo de los procariontes, una única RNA polimerasa lleva a cabo esta tarea, mientras que en el dominio eucarionte, tres distintas RNA polimerasas se encargan de sintetizar las variadas formas de ARN. Entre los hallazgos más fascinantes está el descubrimiento de las ribozimas, complejos de ARN con la sorprendente capacidad de actuar como catalizadores, desafiando la noción tradicional de que solo las proteínas podían cumplir tales funciones.