Desde una perspectiva bioquímica, el ARN se destaca por su notable parecido con el ADN, compartiendo la disposición de cuatro tipos fundamentales de nucleótidos, conectados entre sí por enlaces fosfodiéster en una orientación específica de 3' a 5'. Sin embargo, existen diferencias clave en su composición química que distinguen al ARN del ADN. En primer lugar, mientras que el ADN está compuesto por la desoxirribosa, el ARN se caracteriza por contener ribosa, un azúcar que incorpora un grupo hidróxilo (OH) adicional, aportando una peculiaridad estructural distintiva. En segundo lugar, a diferencia del ADN, que incluye la timidina entre sus bases nucleotídicas, el ARN opta por el uracilo como uno de sus componentes esenciales. A diferencia del ADN, que típicamente adopta una forma de doble hélice, el ARN suele presentarse como una cadena simple. No obstante, la riqueza estructural del ARN no se queda ahí; gracias a su estructura secundaria, el ARN puede formar regiones de doble hélice mediante el apareamiento de bases dentro de la misma cadena, lo que le confiere una versatilidad y una capacidad de formar complejas estructuras tridimensionales que desempeñan roles cruciales en la célula.

En el contexto eucariótico, la transcripción del ARN es una tarea asignada a tres distintas polimerasas de ARN, cada una encargada de sintetizar diferentes tipos de moléculas de ARN. Esta especialización enzimática refleja la complejidad y la regulación fina de la expresión génica en organismos multicelulares, subrayando la importancia crítica del ARN en los procesos biológicos fundamentales